Ese sábado me levanté tarde y con un poco de resaca, y al bajar las escaleras un extraño silencio me decía que algo andaba mal.
Como una película de suspenso, recorrí el living, la cocina y el comedor totalmente vacíos debatiéndomelo entre llamar a la policía o correr de vuelta a mi cama; ese lugar donde bajo las sabanas nada malo puede pasar.
El sentido de alerta terminó de despertarme y en el silencio pude escuchar una música leve que venía del garage. Con una valentía que no tengo, decidí hacerle frente a todos mis miedos.
A medida que me acercaba más y más, la música subía de volumen y cuando abrí las cortinas del garage a lo Hitchcock, ahí estaban! El profesor de tango, el quique, la beba (mis viejos) juntos a la radio negra a dial practicando unos pasos de tango para brillar esa noche.
El sábado y el baile fue y será un momento mágico para mis viejos. Es el momento de “vieja escúchate este” o “mira a tal bailando con cual”. Es su momento de dejar todo de lado y volver a ser jóvenes, sentirse vivos y volver a ser novios después de décadas de casados.
Todas las semanas, ya desde el miércoles empezaba el debate por la ropa; siempre estuvieron juntos pero pocas veces de acuerdo. Siempre había debate.
Pero los viernes ya estaban el traje, las camisas (dos, una por las dudas), medias, saco, vestidos largos y zapatos perfectamente alineados, planchados y listos en su cuarto. Eran momentos de ultimar detalles.
No importaban cuantas horas laborales tenga el sábado o como girase el mundo, a partir de las tarde empezaba la preparación. Peluquería, manicura, afeitadas, baños y perfumes para vestirse sin prisa pero sin pausa y salir siempre puntuales. Cada sábado era un casamiento.
Mucho tiempo tuve curiosidad de cómo era el baile al que iban allá por Olivos. Y con la excusa de llevar unos paquetes una noche fui. Obviamente con previo aviso, ya que llega un momento que uno vuelve a pedirle permiso a los padres.
Apenas llegue, antes de que pueda hablar, la señora de la puerta me sorprendió “Sos el hijo de Quique, no?”. Ya todos sabían que iba a ir, y para mi sorpresa hasta me habían guardado una silla en la mesa entre muchas parejas amigas.
Me senté y callado mire todo; por un lado estaban los trajes y los vestidos perfectos y caros que usaban, y por el otro la simpleza de un baile de chicos con sanguchitos de miga, porciones de Muzarella y botellas de champagne (la mayoría vacías) en una larga mesa. Todos se sentaban y se paraban al ritmo de los tangos.
Durante muchos años la música dejó de sonar y dejaron de bailar; algunas veces por motivos propios y otras por motivos ajenos.
Pero hoy sábado estoy seguro que hay baile otra vez. Y si escucho en silencio, como aquel día, la música desde alguna nube se va a poder escuchar.
Va a ser mejor que nunca. Tanturi y Castillo les tocan en vivo “el sueño del pibe” para ellos.
El Polaco, Discepolin y julito Sosa comparten con ellos la mesa (copas de por medio) y antes de pararse para volver a bailar, mi vieja le pide a Isabel Pantoja que le mire las llaves y la cartera.
La música esta de regreso y vuelven a bailar otra vez y como siempre, juntos.
Es “the First Dance” y desde la mesa todos miramos.
En memoria de mis viejos.