Cada dos o tres semanas voy al dealer de felicidad. Es una visita obligatoria tipo médico; quizás un cardiólogo podría ser.
Mi dealer es un mercadito cerca de casa donde me abastezco como si viniese un huracán con docenas de empanadas, dulce de leche, yerba, alfajores varios, tiritas de asado, variedades (siempre doradas), Merengadas, pico dulce y galletitas Amor. En definitiva es eso, amor. mucho amor que me lleva por ratitos a mi querido país y a mi infancia.
En cada visita hay un puñado de productos que se repiten de memoria como el River del 96 y que el flaco Venezolano que atiende ya me empieza a preparar ni bien me ve entrar.
Hoy hubo varios nuevos-convocados porque fui con mi hijo Lucas, quien al estilo programa de Berugo Carambula “Clink Caja” (también del 96) corría entre los estantes metiendo cualquier paquete de galletitas por debajo del metro veinte en el canasto.
Con mucho esfuerzo y sin preguntarme, agarró una Paso de los Toros pomelo de litro y medio, la cual desde temprano oficiaba de centro de mesa estilo obelisco mientras yo jugaba al chef con media docena de carne y media de Jamón y queso.
Ya en la mesa, y como si fuese la última Coca-Cola del desierto mis hijos llenaron sus vasos hasta al tope y dieron un sorbo largo. Se miraron y a dúo dijeron “Tiene gusto a casa de la abuela beba”.
De ahora en más las Paso de los Toros es parte de mi canasta básica en mi dealer favorito.