Cuando perdemos a alguien la vida como premio consuelo nos entrega puñado de “últimos”.
Adjetivos que se clavan junto a besos; a cumpleaños; a navidades; a vacaciones; a pascuas; a todo.
Es inútil culparse por no haberlos vivido con mayor intensidad. Si hubiésemos sabido que serían los últimos no habríamos podido ni siquiera respirar.