Sobrepeso de recuerdos

Suelen ser las valijas de ida hacia la Argentina las más pesadas. En general van cargadas con poca ropa y muchos paquetes paracaidistas que como en un documental blanco y negro de la Segunda Guerra aterrizan en casa, en medio de la noche y sin aviso los días previos.

Esta vez fue al revés, y por eso en Ezeiza decidí envolver mi valija en ese plástico azul sin nombre. Siempre admire la destreza de esos pibes. Una mezcla de malabaristas de semáforo con cirujanos de trincheta especializados en rueditas traviesas.

Cuando mis vieja caminaba y venían a visitarnos, siempre les gustaba envolver sus valijas al regreso y ser generosos con la propina. A mi me gustaba garabatear sus nombres y jugar a ser Bansky del fibron para evitar valijas siamesas y que puedan reconocerlas más fácil en la calesita de Ezeiza. Es extraño cuáles son los momentos que más extrañamos.

En el mostrador de American, el pibe con cara de embolado como quien tiene que invitar a todos a agrandar el combo, me pregunta si todo lo que tengo adentro de la valija es mío o si alguien me dio algo.

Por unos segundos recorro mentalmente mi pequeña fortuna ahora empaquetada en esa cinta. Fortuna que cotiza en una moneda que no devalúa.

Pienso en la tabla de asados de mi viejo con tantas marcas de cuchillo como aplausos para el asador.

Pienso en el mate de mecánico de mi vieja con manija de plástico y base despintada de tanto acariciarla para que no se tape.

Pienso en las vendas de fútbol de mi viejo perfectamente enrolladas para un ritual, que como el tango, solo entendes cuando llegas a viejo y perdiste algo.

Pienso en todos las fotos de mis hijos y sus abuelos que me traigo para que siempre los recuerden así, felices.

Pienso en los tres libros que fueron y ahora vuelven. Los únicos tres que le regale a mi papá en su vida. El del mundial 78, el del gol de Diego a Inglaterra y el mío. Todos con dedicatorias que hoy duelen.

Pienso en las cantidad industrial de lengüetazos, vauquitas, Flynn Paff, Mantecoles, bananitas dolca y gotitas de amor que contrabandeo para tapar caries del corazón.

Y con mucha paz y la máscara media empañada respondo: No, todo lo que está adentro siempre fue mío.

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