Yo tenía nueve para diez. Estaba en esa etapa de la vida donde crecer está tan sobrevalorado que uno dice los años que tiene y los que tendrá pronto. Como si eso acelerase el tiempo.
La vacaciones con mi tío, Pedro y Mico (su pekinés) en el verano del 89’s fueron inolvidables por la acumulación de primeras veces. Era la primera vez que me iría de vacaciones sin mis padres, la primera vez que me aventuraría fuera de los límites provinciales y sobre todo la primera vez que vería una teta en mi vida. Una de carne y hueso, y no de papel como clandestinamente circulábamos en revistas viejas de hermanos mayores en tiempos sin internet donde ser curioso era más difícil.
El viaje comenzó la noche anterior en el dos ambientes de Pedro en la Boca. Él era un farmacéutico canoso, de caminar despacio, cara cariñosa enmarcada en grandes anteojos negros y creador de mágicos Tiramisues de chocolate blanco para mí.
Esa noche me dormí con sus pinturas de Quinquela Martín en las paredes y una vista perfecta de las tribunas de la Bombonera, que como los altos del colegio sobresalían en un barrio de casas bajas. Ese departamento, ese colchón en el piso y esa felicidad buscaré soñarlas todas mis noches.
Las ocho horas hasta el campo de amigos en Cordoba volaron en el Renault 18 blanco mientras jugábamos a encontrar autos rojos, adivinar números de patentes y escuchar “Little Respect” de Erasure una y otra vez en el TDK virgen titulado “Viaje”
Durante dos semanas hermosas, tractores, caballos, perros, gallinas, burros, girasoles y arroyos fueron mi Play5.
Una tarde salimos al lago en lancha. La Combinación de viento, velocidad, gravedad y años hicieron que la teta de la señora-dueña de campo decida escaparse de su malla enteriza celeste, y yo siendo el único sentado a contraviento me convierta en único plateista privilegiado.
En un dígalo con mímica lleno de pudor trate de alertar a mi tío, quién sonriendo y arqueando las cejas como quien tiene el ancho de espadas, me daría unos segundos para atesorar ese momento antes de tocarle el hombro a Norma. Ella riendo a carcajadas pondría fin al espectáculo e daría inicio a mi esperada pubertad.