Los escépticos

Está perdido. Son las 8AM pero ya es demasiado tarde. El destino caprichoso y su paso cortito y nervioso lo llevan hasta la esquina de Eva Perón y José Leon Suárez. Una esquina más, igual a la anterior y a la anterior.

Es el día más caluroso de 1953. Salta de sombra en sombra como quien visita descalzo una playa, y busca algo de piedad en toldos y aleros ajenos. Transpirado y cansado, se refugia en una vieja puerta de madera verde con numero 3217 garabateado.

De repente, un niño abre la puerta. Es Juan Carlos. Tiene 8 años, rulos que lo desbordan, pantalones cortos con tiradores, medias que le asfixian las pantorrillas y zapatos viejos pero bien lustrados. Son su único par.

El nene se queda inmóvil. En silencio. No sabe que hacer.

Tampoco sabe qué años más tarde lo apodaran Quique, y así le dirán toda su vida para indignación de los Enriques del barrio

No sabe qué lo llamaran para que juegue los domingos en independiente, pero preferirá jugar los sábados de noche y solo con amigos de fierro.

No sabe qué se enamorará de una rubia-linda, llamada Olga a la que le dicen “Beba”. Qué le propondrá matrimonio en el hipódromo de la plata y desde ese día bailarán con pasión anti-age

No sabe qué tendrá dos hijos, La Nancy y El Carlitos, que cumplirán el deseo italiano de tener profesionales con titulo universitario en la familia.

No sabe que abrirá una heladería en el verano más frío de historia de Buenos Aires. Qué vendrán tiempos aun más duros pero después de eso, todo mejorará.

No sabe que se irá lejos, muy lejos, hasta Rusia, para abrazarse como nunca con su hijo en un gol del Kun Agüero a un país nórdico.

No sabe qué sus últimos días serán con su compañera de toda la vida, uno en la 312 y otro en la 316 de la Trinidad de Ramos por culpa una pandemia global.

Y mucho menos sabe, ni siquiera se imagina, que desatará polémicas infinitas cada vez que cuente una, diez, cien, mil veces en sobremesas de domingo llenas de amigos, hijos, nietos, masas secas y botellas de vino, que una mañana calurosa de primavera, cuando era pibe, abrió la puerta de su casa y había un pingüino. Transpirado. Mirándolo fijo.


Para Papá. Esta semana te pensé mucho y vi lo afortunado que soy de ser tu hijo. Te quiero Viejo.

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