La historia de mi vida (Basado en hechos reales)

“Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final se convierte en ellas. Y de esa forma se hace inmortal” dice Will, con la voz quebrada y los ojos estallados mientras relata al borde de la cama de su padre su última aventura juntos. Esta vez poco le importa si la historia es verídica, porque el dolor que siente es tan real que la hacia genuina.

Esta semana volví a ver “el Gran Pez”. La vi muchas veces, quizás demasiadas, como quién trata de prepararse inútilmente para lo inevitable.

Esta vez no me importó saber qué Will en realidad se llama Billy y es un actor. Que se caso tres veces y no una para toda la vida o que vive en New York bien lejos de Alabama. Nada de eso me importó porque por primera vez mis lagrimas también fueron reales.

Pensé en mi viejo y en sus historias. Esas que repitió una y otra vez con precisión de relojero y que hoy lo mantienen vivo. Son muchas pero hay una distinta, una mágica, una medio floja de papeles, una que genera risa de escépticos o glorias de creyentes. Sí, esa. La que cuento siempre. La de un pingüino en Mataderos, en la puerta de su casa una mañana de primavera cuando era chico.

Y de repente, todo cambió. Porque decidí en medio de un pandemia hacer un taller literario. Porque escribí un texto medianamente decente sobre el pingüino en una de las consignas. Porque mi profesora decidió compartirlo en su instagram. Porque una de sus seguidoras que leyó el post tiene una amiga que también fantasea con historias de pingüinos. Y porque así llegue a Melissa.

Que tuvo un abuelo llamado Roberto que vivió en Mataderos, que abrió una pizzeria cerca de la casa de papá, que tuvo ahí un pingüino ladrón de aceitunas, que se escapó una mañana de primavera y que siempre lo busco. Hasta el día que encontró a su muerte, en el mismo hospital que también murió mi viejo.

Dedicado a Quique, Roberto, Melisa y a nuestro Pingüino mágico. Gracias

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