Por siempre verano

La niña juega en el segundo escalón de la pileta.

La lógica diría que flota por sus dos bracitos inflables color turquesa con personajes de Disney. El corazón, por su sonrisa waterproof y los pulmones llenos de mimos de sus dos abuelos que la miran un escalón mas abajo.

¿Porqué sus abuelos? Cuestiona rápido la lógica. Podrían ser sus padres. Todos los avances y las tecnologías disponibles hacen que la paternidad ya no sea algo exclusivo de la juventud.

Pero no. Esa mirada y sobre todo esa paciencia no son de padres. Tampoco lo es su bermuda llena de colores en degradé que luce despreocupado con su abdominal de one pack, en lugar de six.

La abuela agarra a la niña de las manitos y haciendo el sonido que ninguna lancha jamás hizo, la lleva de paseo por las zonas prohibidas. Esta alerta de las profundidades y de no mojar sus rulos. Ni los de ella, ni los de la nena. Cuida a ambos como si fuesen herencias familiares. Joyas Doradas. Algunas por genética y otras por tintura.

Mientras los veo jugar me pregunto ¿Cuánto tiempo es suficiente? Esa niña tiene la edad de mi hijo Lucas.

Aunque los hijos menores siempre disfrutan menos de sus padres, soy un afortunado de haberlos tenido durante gran parte de mi vida. Pero mis hijos no tuvieron esa suerte. Yo nunca podré darles amor de abuelos.

Mientras los miro desde mi reposera, el movimiento de unos arbustos cercanos me distrae. Mi lógica ve una ardilla, pero el corazón corrige: Es un conejo, esa niña quizás se llame Alicia y a veces, un segundo es suficiente para que algo dure para siempre.

FIN

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