Abrí la puerta corrediza de la oficina de papá y me acerque despacio. Él estaba inmóvil. Como jugando una mancha estatua.
“¿Qué haces, Pa?”, le pregunté.
Sin bajar el volumen ni sacar la mirada de la radio de cuero me respondió: “Escucho unos tangos”
Sonaban muy diferentes a mis cassettes. Esos de los Fabulosos Cadillacs o Los Pericos que me había regalado el tío cuando fuimos hasta Flores a patinar sobre hielo.
“No me gusta el tango.” le dije.
Papá levantó los ojos y con una sonrisa optimista retrucó: “Aún sos chico. Con los años entenderás.”
Ese día me fui a la escuela pensando qué era lo que tenía que entender. Cuantos años más serían necesarios. Esa era su música y no la mía.
Ahora el que sonríe soy yo. De alguna forma Julio Sosa y Leopoldo Federico nos unen otra vez.
No se necesitaban días. Ni meses. Ni años para entender. Era necesario vida y cicatrices.
Subo el volumen de Spotify. Suena “Nada”.
? He llegado hasta tu casa
Yo no sé cómo he podido
Si me han dicho que no estás
Que ya nunca volverás
Si me han dicho que te has ido
Cuánta nieve hay en mi alma
Qué silencio hay en tu puerta
Al llegar hasta el umbral
Un candado de dolor
Me detuvo el corazón
Nada, nada queda de tu casa natal
Solo telarañas que teje el yuyal
Y el rosal tampoco existe
Y es seguro que se ha muerto al irte tú
Todo es una cruz…. ?
Levanto los ojos y miro a mi hijo. Sonrío. Él también con los años me entenderá.
FIN