La calle de mi vida

Veo en WhatsApp un video donde Federico Luppi le dice a la juventud “No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso…”, y debo decir que después de haberme ido por dos años y ya llevar ocho lejos de mi tierra es totalmente cierto. Yo extraño Villa Madero, para ser más preciso mi calle Talcahuano, entre Junín & Olavarría mas que nada en el mundo.

En la esquina de Junín, la casa que siempre fue abandonada. Sus tres pisos conquistados por yuyos dan una sombra útil para que la entrerriana con su marido tomen mates en las tardes de verano sentados en la vereda.

Hacia mitad de cuadra la casa de Doña teresa y Don Antonio, a quienes conocí ya viejos, y los recuerdo cariñosos y siempre listos para inflar las ruedas de mi bicicleta Aurorita Naranja y devolver pelotas traviesas que caían en su patio.

Medianera de por medio vivió mi abuela Chola y mi tío Miguel, “el negrito” como le decíamos en épocas donde nadie se espantaba por esas cosas. Vivieron ahí hasta mi adolescencia cuando esa casa fue demolida para construir un Chalet de otro barrio. De esa casa me quedo con un eterno Fiat 600 rojo, un fondo de ciruelos y los mejores mates cocidos.

Al lado mi casa, la 739 de la cual me mude hace 20 años, pero seguirá siendo mía ya que pase ahí los momentos mas lindos de mi vida. Estoy lleno de hermosos recuerdos y recurrentes torturas como cortar el pasto o colgar las luces navideñas de mamá.

Frente a mi casa, Nacho & Mariano, dos hermanos mayores que forjaron mi pasión por la tecnología después de días interminables de pileta y Commodore 64, dos cosas que eran muy difícil de encontrar en un barrio de clase media en los 90’s. Y a su lado la casa de “Doña Rosa”, una casa mi parecida ella, bajita y blanca, que tenia algo que ahora parece increíble. Era la única casa de la cuadra con teléfono. Aun la veo cruzando la calle en desabillé y apurada para avisarle a Papá que alguien lo llamaba.