Egresado 1984

El día que más lloré de toda mi vida fue el 3 de diciembre de 1984. Para ser más preciso, tres horas y veinticinco minutos después de esta foto donde ignorando aún mi futuro sonrió junto a la señorita Rosita y a mamá.

Tenia seis años, un uniforme rojo con mi nombre bordado “Carlitos” y un prendedor de egresado en el pecho.

No lloré por lo desconocido más allá de mi mundo de arenero. Ni porque ahora los viajes serían en Micro y no en la bici Naranja Aurorita de mamá. Ni tampoco porque mis meriendas extrañarían los mates cocidos de la Señora Zulema.

Ese día lloré porque mi abuela. La abuela “Chola”. La mamá de papá. Diría mirándome a los ojos que Rosita y el jardín pasarían.

Eso no solo era imposible, sino también dolía muy distinto de las caídas en bicicleta o los raspones de escondidas que coleccionaban mis rodillas. No había Merthiolate para el alma.

Durante esta Pandemia hubo días que dolieron mucho más que ese 3 de Diciembre pero lloré menos. Quizás me consúelan las palabras de la abuela y pensar que, como rosita y el jardín, esto que hoy parece imposible también de alguna forma pasará.

FIN

Dedicado a la abuelo, quien esta semana estaría cumpliendo 100 años.

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